domingo, 16 de noviembre de 2008
domingo, 12 de agosto de 2007
BOGOTÁ: alerta con el cambio climático
http://ecohuellas.wordpress.com/
jueves, 12 de julio de 2007
sábado, 2 de junio de 2007
sábado, 28 de abril de 2007
El futuro, un con-texto improbable...
Foto: David Osorio
Foroalfa
Autor: Rafael Iglesia
Hoy lo que parece estar en peligro es el predominio del texto impreso. Quizás no desaparezca por completo, pero ya no será el primer actor de la escena. A lo sumo su rol será el del mayordomo que en lo mejor de la historia impecablemente interrumpe, para avisar que la cena está servida. Un libro: tan sólo papeles irrelevantes.
Con las nuevas tecnologías el sustantivo libro pierde protagonismo, en tanto sobrevive el verbo leer. Esto, sin duda, no dejará de producir en nuestro hacer impensadas mutaciones. Cada vez está más cerca el día en que tengamos que preguntarnos qué hacer y para qué.
Me refiero a que cuando la arquitectura clasificaba (de casa) un medio diverso para mundalizarlo (es decir, hasta hace poco tiempo), el espacio del libro, su ámbito específico, era la biblioteca. Al parecer, en este momento el libro y la biblioteca están en pleno divorcio, como tantas parejas. El libro abandona su casa para integrarse a la red multimedia y, como de costumbre, se va de la mano de alguien más joven: la informática. No habitarán bajo el mismo techo, pero siempre podrán salir juntos por la pantalla. Si la biblioteca pierde su anclaje espacial, desaparece como visibilidad, como espectáculo. Esto supone la transformación en flujos de uno de los espacios propios de la arquitectura simbólica, es claro que nuestro hacer se deshace. El trabajo del arquitecto pierde materialidad, se deshumaniza y pasa a ser un animal en extinción.
El libro ya no pasa las noches en la biblioteca, y ésta parece no tener medios para evitar que aquél pernocte y deje su lecho vacío. Y aunque no se sabe bien qué va a hacer, está viendo cómo reedificar su vida. Por lo pronto, se reciclará con el formato del centro cultural, asumiendo su nuevo estado como lo hacen quienes pasan por estas circunstancias.
Ante esta situación, el editor se convierte en un agente comercial, el bibliotecario en un especialista en programas de computación, las librerías en bares temáticos, museos o lo que mande el mercado. El libro como tal tiende a desaparecer, ya no se lo ve por los lugares que solía frecuentar. Sin la biblioteca como su espacio propio, será más fácil encontrarlo en algún sitio sin muros ni fronteras, donde se lo localizará de un modo distinto, tal vez más eficaz, gracias a los buscadores.
Así como se presentan las cosas, no es extraño que existan estados como el de California que, adaptándose a los nuevos tiempos, hayan decidido no construir más bibliotecas universitarias destinando estos recursos a la creación de bibliotecas virtuales. Sin el libro como objeto, los espacios físicos que lo contenían pierden su razón de ser.
Habrá quien se escandalice pero, al fin y al cabo, en un principio y por mucho tiempo la información se transmitió a través de imágenes. Puede decirse que el único siglo “textual” por excelencia fue el siglo XX, donde la mayor parte de la población mundial aprendió a leer y escribir. Frecuentemente escuchamos que vamos hacia una cultura de imágenes; de ser así, en todo caso estamos volviendo.
Con la muerte de la biblioteca se ve claramente este desandar, ya que la primera biblioteca tampoco ocupaba lugar: residía en la memoria humana. Me atrevo a decir que de allí viene eso de «el saber no ocupa lugar». Como no lo ocupará en el futuro, ya que los textos virtuales estarán atrapados en una red infinita de conexiones, habitarán en la memoria de una PC (casi como fue en un principio). Será un recuerdo instantáneo, que podremos recuperar en el acto sin necesidad de esfuerzos mentales. Textualmente: el texto cambia de contexto.
Aún falta ajustar el diseño de un soporte que supere la practicidad de la estructura del texto encuadernado. Tendremos que aprender otras formas de leer (ni mejores ni peores, sólo distintas) o encontrar un s(t)exto sentido para su uso.
Para ir más lejos respecto del tema de la separación del libro y la biblioteca, se me ocurre que aquí no habrá repartición de bienes ni de derechos de autor. Y puesto que las bibliotecas y los libros perderán su valor como espacio y como entidad, no habrá segundas ediciones y su reproducción carecerá de sentido o atentará contra la unidad del único libro que habitará en la inútil, infinita y des(t)echada biblioteca. La figura del autor —tan publicitada durante la modernidad— volverá a ser lo que fue, por ejemplo, durante la Edad Media: un dato sin importancia que obliga a historiadores y estudiosos a atribuir la copiosa iconografía religiosa y las historias que provienen de esa época a oscuros autores anónimos. Not Name.
Víctor Hugo pensó que la arquitectura desaparecería a manos de los libros, porque ésta era un modo inferior de comunicación respecto de ellos. En su momento sentenció: «los libros matarán edificios». Y si bien esto no ocurrió, la biblioteca (como edificio) y los libros tendrán un final común: morirán deshechos en alguna de las bandas anchas de las carreteras informáticas. Me pregunto que será de los textos que hoy existen. ¿Qué destino tendrán? ¿Los quemarán, como tantas veces ha pasado a lo largo de la historia o el abandono propiciará su desaparición? ¿Los silos volverán a cumplir su función «acopiadora»?
Considero que desaparecido el libro e inutilizada la imprenta, el papel de la arquitectura para techar y ser el soporte de las distintas actividades del hombre desaparece.
Porque más allá de estas vanas presunciones —con las que podemos o no acordar—, creo que lo verdaderamente preocupante es la pérdida del concepto de lugar como espacio de encuentro social, indispensable en la construcción del individuo. Una desaparición que habrá que afrontar más que lamentar.
El edificio de la historia moderna se construyó sobre la base de una contradicción: la que afirma que todos somos iguales y, al mismo tiempo, que cada criatura es única y diferente. Hasta ese momento, el hombre se organizó gregariamente, poniendo de manifiesto que cada grupo se definía por la igualdad entre sus integrantes, excluyendo al diferente y considerándolo un oponente. Quizá el gran adelanto de la modernidad fue promulgar la igualdad de derechos para todos los hombres y, al mismo tiempo, el derecho a ser diferentes. En el equilibrio de ambos se apoya una sociedad sana. Pero hoy estamos yendo a organizaciones pos-sociales o pre-sociales (como avizoran algunos autores), donde al que es diferente, al otro, no se lo protege, ni siquiera se lo somete o explota: directamente se lo ignora.
Si el destino para muchas de las cosas que hasta ahora componen nuestro mundo es su virtualización, el libro es sólo el primero en perder sus razones de peso. Es el peso el que pierde sus razones. Habría que hacer una lista con las herramientas que han ido desapareciendo en nuestro quehacer: nos sorprendería. Y algo muy similar nos ocurriría si lo pensamos a nivel social.
Con la virtualidad de las actividades desaparece la necesidad de «ir a…», con lo cual la circulación, el recorrido, la frecuentación, el encuentro no tienen sentido. Con Internet todo es más rápido y más seguro (los virus sólo atacan a las máquinas, lo que no es poco en una sociedad donde el otro es ignorado). Y así como la máquina acortaba distancias hoy, para decirlo con palabras de Borges (en «Funes, el memorioso») Internet se propone como «el elemento salvador de las bárbaras distancias».
Habrá que pensar qué hacemos con las cosas que se deshacen, que caen en desuso, ya sean libros, edificios y muchas de las invenciones que nos legó la modernidad: escuelas, circulaciones, ciudades (y demás recintos y sus destinatarios), ciudadanos, obreros, políticos, sindicatos, y los deberes y derechos que propician una igualdad social y el respeto por la diversidad. Es decir, las consecuencias de aquella primera declaración de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, declaración que inició la gran aventura que nos trajo hasta aquí. Ese es el tema.
miércoles, 25 de abril de 2007
jueves, 19 de abril de 2007
El discurso de la globalización...
En este escenario, la práctica del diseño es pensada desde una sistemática multidisciplinar aplicada al consumo del signo. Un consumo del signo como fetiche del intercambio social, en el que el producto es relegado a mera constatación material del propio acto del consumo. Acto ritualizado en el que la identidad del individuo se proyecta en lo colectivo y se legitima.
No
Según Martín Álvarez Comesaña la globalización crea una nueva identidad de dimensión global, en la que el individuo se realiza a través del consumo. En este escenario, la práctica del diseño participa de un sistema que concibe e interpela al individuo sólo en cuanto consumidor. Este hecho resultaría evidentemente negativo para la humanidad.
Andrés Muglia afirma: "pensar que el diseño pueda o no influir en convertir al mundo [...] en un lugar mejor o peor, es de una pedantería inabarcable". Se trata de un asunto que está fuera de las posibilidades y competencias de los diseñadores.
Norberto Chaves critica a quienes consideran al diseño «una suerte de panacea de los males sociales asignándole una misión esencialmente redentora; haciendo la vista gorda al volumen altísimo de productos excelentemente diseñados; pero perjudiciales para la humanidad: allí están los automóviles.»
Sí
Para Álvaro Magaña Tabilo, aquellos "nuevos males" en cuya promoción colabora el diseño, no son consecuencia exclusiva del sistema sino parte de la naturaleza humana. El actual contexto representa una oportunidad de desarrollo en la que el diseño juega un papel protagónico.
Eduardo Joselevich destaca que entre la gran diversidad de asuntos en los que el diseñador interviene, pueden contarse importantes aportaciones a la humanidad.
Luis Grossman va mucho más allá. Con gran optimismo afirma que "el diseño podrá salvar al mundo", aunque no aclara de qué, o de quién.
¿servirá el diseño para salvar el mundo?
¿usted que piensa?
lunes, 2 de abril de 2007
miércoles, 14 de marzo de 2007
¿Diseño o estética utilitaria?
Autor: Miguel Angel Brand
¿El diseño es arte? Ambigua y extraña pregunta que ha provocado gran diversidad de aproximaciones sea a favor o en contra: un "debate clásico" del diseño. Quisiera abordar el tema desde otro ángulo. ¿El problema no está más bien en la pregunta misma, en los atributos que le damos actualmente sobre todo a la palabra "arte"? Antes de compararlo o equipararlo con otra cosa —con el diseño por ejemplo—, habría que analizar en un primer momento la palabra "arte" y los valores que le hemos ido asignando con el correr del tiempo; en un segundo momento intentaremos hacer lo mismo con la palabra "diseño".
La palabra "arte" contiene en sí misma dos significados, que si bien no son radicalmente opuestos, sí nos dan la clave para analizar la ambivalencia actual cuando se habla comúnmente de arte. Principalmente, "arte" corresponde al termino griego techné es decir a la técnica o al modo de hacer algo. En la tradición latina, el término ars integra igualmente esta habilidad para hacer algo, sólo que se refiere más concretamente, al modo de aplicar las técnicas en un oficio determinado.
Por su parte, el término anglosajón design, no sufre tanta ambigüedad en su empleo. Como verbo, tiene su origen del latín designare, que en castellano significa designar, señalar o destinar a alguien o a algo para un fin determinado; como sustantivo, hay una evolución interesante en el siglo XVIII dentro de la lengua francesa con la distinción de dos palabras que se pronuncian igual: dessin (dibujo) y dessein (proyecto), distinción que perfila al diseño como una actividad con una significación muy particular: proyecto. Design es un verbo que se refiere entonces al proceso del desarrollo de un plan que busca la creación de algo nuevo con una utilidad definida; el diseño es a la vez el proyecto y el producto terminado.
Desde esta óptica etimológica, ¿el diseño es arte? ¡por supuesto que sí!, ya que para cumplir su finalidad práctica, el diseño aplica una serie de técnicas de acuerdo a su oficio. Como vemos, el problema se encuentra más bien, no en la palabra arte, sino en lo que entendemos y queremos dar a entender cuando hablamos de arte —que generalmente, se refiere mas bien al placer estético que produce una obra o un objeto determinados—, la confusión nace entonces cuando asociamos la palabra arte a lo bello.
Dilucidar sobre el momento histórico en el cual se comienza a asociar el término griego techné a lo bello, rebasa ampliamente el objetivo de este texto, es por esto que prefiero establecer la dicotomía entre una estética utilitaria (diseño) y una estética subjetiva (arte), una de orden colectivo, la otra de orden individual. Por otro lado, no es el lugar ni el momento para discutir si lo bello es un criterio universal, es decir si es posible globalizar la Estética bajo un solo ángulo hegemónico; se trata simplemente de indagar las confusiones que provoca el uso de la palabra "arte" y despejar una cierta pretensión de buscarle un principio cuasi metafísico al diseño.
Es claro entonces, que cuando planteamos la pregunta: ¿el diseño es arte?, mas bien nos estamos preguntando: ¿el diseño es una estética utilitaria o no? Pocos dudan de que un mueble bien diseñado produzca placer estético; ahora bien, si asociamos el placer estético a la palabra arte, concluimos irrevocablemente que ese mueble es arte. Sin embargo, y como lo plantea excelentemente bien Jorge Luis Rodríguez en su artículo "Porqué el arte no es diseño", las diferencias entre ambos conceptos no están en el plano estético en sí, sino en la finalidad de cada uno.
Considerar al diseño como estética utilitaria, nos arranca ciertamente de ciertas ilusiones agradables, pero nos libera de cuestiones que desde un principio han sido mal planteadas. A diferencia de la estética subjetiva, la estética utilitaria está limitada necesariamente por la función que le impone la expectativa colectiva, y sus resultados serán apreciados y reconocidos en la medida en que cumplan con esta expectativa.
El diseñador, a diferencia del artista, no trabaja para él o para lo bello en sí, él utiliza lo bello como un instrumento utilitario para lograr un objetivo. De ahí que hablar de la "libertad" del diseñador es una mera vanidad, ya que, por la condición misma de su actividad, el diseñador está sujeto a la finalidad de la misma, que es satisfacer eficientemente una necesidad colectiva (mercado), particularizada en la necesidad de un cliente. Que el resultado de este proceso-proyecto pueda resultar muchas veces estéticamente placentero, no lo desliga nunca de su objetivo. De ahí la diferencia con la estética subjetiva que no se fundamenta a priori en la aprobación colectiva, sino en lo bello por sí mismo; en este sentido, podríamos decir que la estética subjetiva es, literalmente hablando, inútil.
No menosprecio una cierta voluntad de "trascendencia" de la estética utilitaria presente en no pocos diseñadores. No obstante, si se logra esta "trascendencia" (que mas bien deberíamos nombrar como "perpetuación en la memoria de los hombres"), será precisamente porque el producto diseñado cumplió con su objetivo estético-funcional en un momento histórico concreto. No hay que rebuscarle mucho al "debate clásico": el diseñador es, siguiendo la puntual definición de Enric Satué, el estilista de la sociedad de consumo.